Carretera de los Berrazales km 3, Valle de Agaete, Gran Canaria
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AGAETE, EL INESPERADO OASIS DE VINO, CAFÉ Y FRUTA EN GRAN CANARIA

AGAETE, EL INESPERADO OASIS DE VINO, CAFÉ Y FRUTA EN GRAN CANARIA

Fuente: https://viajes.nationalgeographic.com.es/gastronomia/agaete-inesperado-oasis-vino-cafe-y-fruta-gran-canaria_18299

El noroeste de la isla guarda un paraíso verde y azul en el que el producto y el paisaje parecen ponerse de acuerdo para sorprender al viajero… y enamorarle irremediablemente.

Agaete trepa sus 45 km cuadrados desde el Puerto de las Nieves hasta el valle de los Berrazales en un cambio de paisaje que alterna el negro volcánico de sus playas con la paleta de verdes de sus montañas. El valle, presidido en lo alto por los pinos centenarios del Parque Natural de Tamadaba y su envoltura de nubes, mira hacia el Paraje Natural del Barranco de Guayedra, donde antaño se escondiera el rey aborigen Fernando Guanarteme, y en el que ahora pequeños puntos blancos motean el paisaje junto a palmeras y árboles frutales.

A finales del siglo XIX, la escritora de viajes Olivia Stone ya describió algunas de las bonanzas del lugar: valle, clima, frutas y pescado. Un paisaje maravilloso con unas condiciones inigualables que enmarca unos productos de ensueño imposibles de pasar por alto en una visita a la isla de Gran Canaria.

UNA FINCA CON SOLERA

En este pequeño milagro de la naturaleza, a pocos minutos de Agaete, se encuentra la Finca La Laja, perteneciente a la asociación Gran Canaria Natural & Active. El terreno de doce hectáreas fue propiedad de la familia Manrique de Lara hasta pasar a las manos de los Lugo-Jorge. María del Carmen Jorge Cruz, actual propietaria junto a su marido Inocencio Lugo, nació en aquel mismo lugar, al igual que hicieron sus padres y sus abuelos, que trabajaron las tierras de la adinerada familia durante décadas. Conocida como la niña de La Laja, se casó en aquella misma finca, de más de 200 años de antigüedad, que más tarde consiguió comprar a la reconocida familia. El resto es historia.

Al entrar a la Finca de La Laja, bautizada así por la gran piedra de basalto que se desprendió del monte y fue a parar a ese valle, recibe al visitante una pista de tierra bajo la sombra de las parras y flanqueada por cafetos. Sus flores blancas, que apenas se ven tres días al año, contrastan con el brillante verde de sus hojas y el rojo intenso de sus cerezas de café. Al final del camino, una casa con una preciosa terraza que hace las veces de mirador del valle, y una pequeña capilla dedicada a la virgen del Pino, patrona de la isla, donde la familia celebra bodas, bautizos y comuniones.

Dentro de la finca también se encuentra una pequeña plantación de naranjos, una de las joyas del lugar, además del café y del vino. Salpicados por la finca, también se pueden ver otros árboles frutales, con mangos, papayas, guayabos, aguacates y plátanos, entre los cuales se oye el chismorreo de cotorras y loros. La bodega Los Berrazales, que recibe su nombre de la plantación de berros que existió anteriormente en el lugar, domina la vista por encima de la finca y de su preciosa terraza abierta y techada, ubicada junto a la tostadora de café, donde saborear las delicias que ofrece cada rincón de este terreno bendecido.

BODEGA PEQUEÑA, FAMA GRANDE

Quién le hubiera dicho a Inocencio y a su hijo Victor, bodeguero y cafetero de la finca, que las parras que plantarían para darle sombra a los cafetos y a los caminos del recinto acabarían siendo uno de sus mayores activos. Su situación, cercana al nivel del mar, pero afincados en el interior del valle, hace que la brisa marina y los vientos alisios no se convierta en un problema. Las cepas de listán negro que salpican la finca son el origen de los diferentes vinos que pasan por las barricas de la Bodega Los Berrazales, construida alrededor de la gran cueva que la laja formó al caer sobre el lugar.

Los 40 metros de la piedra consiguieron formar otro microclima dentro del que ya tiene el lugar, en el que los vinos se conservan entre los 13 y los 18ºC. Aunque al principio la uva recogida se llevaba a una bodega del sur, pronto la familia decidió hacerse con la producción. Desde la primera vendimia, en 2004, toda la familia se reúne, se coloca sus cascos y enciende las luces para llevar a cabo una extraña tradición en la que la uva se recoge al amparo de la luna. ¿El motivo? Las altas temperaturas de la época de cosecha hacen que la uva fermente al poco rato de ser recogida y se oxide, perdiendo aromas.

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BODEGA LOS BERRAZALES

De las 4.000 botellas que producen al año, cuya mitad se queda en la familia para su propio consumo, se encuentran el vino tinto, el blanco seco, el semiseco, el rosado, y el blanco dulce, elaborado 100% con uva moscatel y una de las joyas de la corona, que obtuvo en 2009 el tercer premio y en 2010 el primero de la Cata Insular de Gran Canaria. Su vino semiseco blanco también logró, en 2011, la medalla de oro de Agrocanarias, además de obtener una puntuación de 89 sobre 100 en la prestigiosa Guía Peñín 2010.

Los grandes aromas y olores del entorno se reflejan en un vino con tres peculiaridades: ser prefiloxérico, crecer en suelo volcánico y recibir mucho, mucho sol. Las etiquetas de sus botellas, diseñadas por Pepe Dámaso, artista canario, refleja en ellas las noches de vendimia y las particularidades del paisaje. Si se mira alrededor, dentro de la pequeña bodega, se podrá ver una foto que llama la atención y que atestigua la fama de una finca visitada por numerosas celebridades, entre ellas, la que ocupa la imagen: Stephen Hawking.

UN CAFÉ DE MILAGRO

El café, que llegó a Tenerife gracias al amor por la botánica de Alfonso XIII, viajó de manos de la familia de Armas hasta Gran Canaria a principios del siglo XIX, y fue plantado en una finca que se dividió posteriormente en tres, entre las cuales se encuentra La Laja. Ahora son más de 30 las familias que siguen produciéndolo en el valle, siendo una de ellas la quinta generación de los Lugo-Jorge. La ubicación de Gran Canaria, en el norte del conocido como cinturón del café, entre el trópico de Cáncer y el de Capricornio, es casi un milagro para que crezca este fruto. Aun así, no es el lugar más septentrional donde se cultiva café, pues se pueden encontrar plantaciones en las cercanas Islas Azores.

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MARI CARMEN DUARTE

Tras pasar por su aclimatación en Tenerife, la planta de la variedad arábica typica se adaptó perfectamente al clima cálido, húmedo y subtropical de poca altura y escasas precipitaciones del valle de Agaete. La variedad, una de las más antiguas, más aromáticas y con menos cafeína, está en desuso por ser proclive a las plagas, aunque las características del valle de Agaete hacen que esté bien protegida de esa problemática. Una vez alcanzado el color rojo vivo, a lo largo de la primavera y hasta julio, la cereza del café se recoge manualmente, se deja secar durante mínimo 23 días en camas africanas y se descascarillan, habiendo en cada fruto dos granos de café.

La producción de la finca es baja: de sus tres hectáreas dedicadas al café se recogen unos 8.000 kg, que una vez secado, descascarillado y tostado resulta en unos 3.000 kg. El trabajo manual y artesanal y la exclusividad de este café hacen que su precio al peso sea de 80 euros el kg. Su gran calidad hace que restaurantes como los cercanos estrella Michelin Aquarela y Los Guayres utilicen su producto. Sus matices ácidos, su regusto amargo, sus notas de regaliz y cacao y el aroma afrutado le valieron ya en 1989, en la Exposición Universal de París, una medalla de bronce. Su producción es muy exclusiva, dado que solo se vende en la finca, donde también se puede probar junto a una mermelada de café y compota de manzana casera y una degustación de queso local, vino propio y el famoso queque canario.

ROMANTICISMO CANARIÓN

El trabajo de la familia Lugo-Jorge en Agaete no acaba en la finca La Laja. A pocos minutos, en una de las curvas de la carretera que baja hacia la localidad, se alza la Casa Romántica, un restaurante que adquirieron hace apenas dos años. Diseñada por una mujer suiza enamorada del valle en los años 70, la casa pretendía mostrar a los visitantes las riqueza de la isla a través de sus productos. Cerrada en los años 90, recuperada y remodelada por Victor Lugo, en sus jardines se encuentra mucho más que un restaurante. El propósito con el que nació el lugar ha sido respetado por su actual propietario, que ha hecho de él no solo un restaurante, sino un centro de interpretación del producto canario.

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MARI CARMEN DUARTE

Los 21 municipios de la isla están reflejados en un museo que se esparce entre los jardines y la pequeña casa del escritor Tomás Morales, que también sirvió de hogar al poeta Alonso Quesada. Desde las cebollas de Gáldar hasta el chorizo de Teror, el recorrido también muestra la forma de vida tradicional del siglo XIX, plantas exóticas de la isla e incluso cómo se elabora el queso. Huertos y corrales procuran el alimento que se coloca en la mesa de un restaurante con numerosas salas y que aporta un punto de sensibilidad utilizando mobiliario descartado de otros hoteles y restaurantes. Sus paredes se decoran con cerámicas y cuadros que representan productos canarios y que los comensales pueden adquirir.

La carta, firmada por dos hermanos, el chef Davidoff Lugo y el repostero Kibi Lugo, finalista en el concurso Pastelero Revelación en Madrid Fusión 2022, es todo un homenaje al producto de la tierra. Los primos de Victor Lugo no dudan en hacer una cocina moderna siempre valorando y ensalzando los ingredientes de la isla y del archipiélago, explicando a los comensales su procedencia. De este modo, el pan de puño de la panadería Amaro, de Ingenio, famoso en toda la isla, da la bienvenida con una mantequilla de leche de cabra, el excelente aceite de Agüimes, y sal de Bocacangrejo, una mezcla totalmente irresistible.

La oferta de carne y pescado hace difícil decidirse. Las gyozas de conejo con salsa y guindilla, el solomillo madurado con encurtidos o el asado de cabra con mermelada de papaya compiten con cualquiera de sus platos de lubina: croquetas caseras con lactonesa de limón, arroz de lubina con ajonesa de lima o lubina con su caldo de cilantro, papas gofio de Telde y millo crujiente. Sin embargo, la fruta y la verdura también tienen su delicioso protagonismo en carta, donde sorprende el sabor de su gazpacho de papaya o la sopa de cebolla de Gáldar.

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MARI CARMEN DUARTE

Entre los vinos, no puede faltar los de la Bodega Los Berrazales y los producidos en el resto de islas del archipiélago, como el Rajadero de La Gomera o el Chibusque de Lanzarote. La cerámica de sus platos, de inspiración aborigen, también recoge su parte más dulce: un arroz bomba con leche de cabra de campeonato, además de un semifrío de café (propio) y chocolate con gel de café amargo y crumble de gofio. En definitiva, un menú (y un enclave) que hace recorrer con el paladar el valle, la isla y el archipiélago, que se queda clavado en el recuerdo tanto por su paisaje como por su cocina.

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